Sergio Oksman - O futebol

El logotipo de la Paramount y los créditos iniciales de La semilla del diablo irrumpieron por enésima ocasión al iluminarse la pantalla. Esta vez, fast forward mediante, la cámara se detuvo en una figura de entre la muchedumbre que comparecía frente al rostro aterrorizado de Mia Farrow. Era Elmer Modlin, cuya singular historia más allá del casual pedazo de vida que Polanski había convertido en inmortal cayó décadas después en manos de Sergio Oksman (São Paulo, 1970) por un similar golpe del azar. Esquinada e inaudita, la apenas media hora de Una historia para los Modlin (2012) pasó de inmediato a figurar por mérito propio entre las obras más reivindicadas del cine español reciente, que parecía haber hallado un manantial de talento en la apabullante riqueza fílmica de aquel juego manual con vetusto material de archivo.

Acompañado de su inseparable Carlos Muguiro, guionista que figura como coautor en los créditos de sus últimos trabajos, Oksman nos recibe tres años después del impacto de aquel título coincidiendo con la presentación de O futebol, un largometraje llamado a confirmar su estatus como geógrafo de insondables vacíos y misterios. Saludado con honores en Locarno, su trascendencia actual invita a repasar la extensa trayectoria de un director que no inició su andadura en el cine, siempre ligada al documental, de la mano de los Modlin: de hecho, para localizar sus albores es necesario remontarse un par de décadas atrás, incluso antes de su mudanza a España en el lejano 1999. A pesar de que los pases intempestivos en televisiones de pago hayan dado paso a largas giras por festivales y las loas de los críticos más prestigiosos, el brasileño no percibe un cambio sustancial en su carrera. “Aunque la recepción haya sido muy distinta, O futebol es para mí una película más”.

Una historia para los Modlin

 

Hacia el fondo de la memoria

La anterior afirmación puede impresionar si se tiene en cuenta todo lo que Oksman vuelca de sí mismo en la filmación del reencuentro con su padre Simão, que rompe años de gélido silencio coincidiendo con la celebración del Mundial de fútbol que tiene paralizado a su país. “Llamé a mi padre durante un viaje en 2013, y seguimos teniendo contacto por teléfono. Cuando faltaban dos semanas para el Mundial, Carlos y yo desarrollamos la idea de hacer una película sobre un padre y un hijo que se sientan juntos a ver fútbol, sin ajustes de cuentas, de forma totalmente rutinaria”. Él aceptó y el resto yace soterrado tras las esquivas imágenes de O futebol, una obra en la que la asunción de la fiebre colectiva parece ser tomada como una suerte de vía de acceso al inasequible mundo paterno. Oksman, ya firmante bajo los rígidos cánones de la televisión de la serie documental El partido del siglo (1999), se apresura en desmentir este extremo. “Soy muy aficionado al fútbol. Si no lo fuera, no habría sido capaz de retener tantos nombres de futbolistas que son el punto de intersección de nuestros recuerdos”. Él mismo asegura tener fresco el recuerdo de The Second Game (Corneliu Porumboiu, 2014) (1), en la que el fútbol se viste de punto de partida de otra evocación de escenario similar. “Mientras allí el padre de Corneliu es árbitro y protagonista del juego, aquí el mío es el que sabe quién fue el árbitro de la final del 54”. Tanto Oksman como Muguiro tienen claro el sentido que pretendían aplicar al deporte, cuyas secuencias son escamoteadas en un ejercicio que parece estar apelando a la propia memoria del espectador. “Al contrario de lo que se piensa, el fútbol no son tanto los partidos como una abstracción. Es toda una cultura, son recuerdos íntimos, es el reflejo de un país (Brasil). La mayoría de lo que sucede lo hace fuera del campo, de ahí que el título no se refiera al Mundial como acontecimiento”. La única imagen que recibimos directamente del terreno de juego es la del himno nacional, reflejo de los sentidos rostros de unos futbolistas que darán forma a futuros recuerdos familiares e íntimos, plasmados aquí en un polvoriento álbum de cromos y en el vídeo de boda que incrementa el aura de misterio que baña cada fotograma de la película.

O futebol

 

Planes efímeros

El deporte se presenta como catalizador de una historia profundamente soterrada, que genera espontáneas analogías incluso tras la exhaustiva preparación en la sala de montaje. “Cuando me senté con mi padre a ver recuerdos, no había un misterio que desvelar”. En el amplio y fértil campo que otorga a un creador el espacio entre lo premeditado y lo fortuito, O futebol halla una de las razones de su particularidad. La repentina intervención de la muerte tiñe todo lo demás, introduciendo cuestiones recónditas entre unas imágenes atravesadas por lo súbito. “La mera interrupción de un plano por la lluvia, en mucha mayor escala, ocurre después: se estropea un plan”. En una cita preparada a conciencia, se interpone de nuevo lo arbitrario. El cambio en el día a día que provoca la ausencia se revela con entereza y naturalidad, regando con hermetismo y tacto el retrato de espacios diáfanos. Como tras el histórico 1-7 que Alemania endosó a Brasil en su propia casa, de hecho el mismo 8 de julio de 2014 en el que las esperanzas futboleras de millones de brasileños se truncaron, la vida y el Mundial deben continuar. “Al igual que el Mundial no se detiene por nosotros, quisimos que la cámara tuviera una presencia implacable. Nadie se para a hacer un minuto de silencio por Simão, él es una parte inapreciable en el relato colectivo. Son ámbitos distintos y a la vez el mismo”. El más hondo dolor se presenta sin el revestimiento de ningún tipo de artificio ni afectación. Huella personal de un propósito frustrado a gran escala, un completo hieratismo formal acompasa el contenido. “Hay quien cree que es una película muy poco emocional, quizá porque no hay una explosión de sentimientos. Pero está repleta de emoción interna, y es posible que yo no la enfatice o no pretenda tranquilizar al espectador”.

Un ejemplo perfecto de esta distancia queda reflejado en el plano fijo, geométricamente dividido, que otorga el mismo espacio a una ambulancia entrando al hospital y a la euforia tras un gol. “Hay mucha gente convencida de que ese momento está construido, y me duele, porque sucedió tal cual grabamos. Si se ve la película por segunda vez, se pueden encontrar más elementos que parecen anunciar algo. Por ejemplo, el reloj se paró en el coche el día anterior a ir a la clínica. La muerte ronda en el ambiente, no es algo sorpresivo”. En O futebol, la sucesión de partidos huele a todo menos césped: una conversación entrecortada en un coche, una mirada perdida en el bar. “Nos asustó ver el material tras el rodaje, y no por el plano emocional. De repente, muchas imágenes cobraban carácter de presagio”. Todo paralelismo con Una historia para los Modlin podría quedar reducido a la multiplicidad de capas, pero no hay que dejar de lado que la intervención de lo fortuito e incontrolable vuelve a aparecer como motor de la experiencia fílmica. “Parecen películas muy diferentes: una está muy construida, la otra es más de rodaje. Pero también pueden verse como análogas, en el fondo sí tienen que ver”. Su primera consecuencia común es la revelación, límpida y palpitante, de una brillante historia para Sergio Oksman y Carlos Muguiro.

 

(1) A propósito de The Second Game, puede leerse a Corneliu Porumboiu y Axel Torres en el primer número de VOS Revista.