En un apartamento de Bucarest, el plano enclaustra al personaje principal en largos encuadres fijos a la vez que observamos sus movimientos cotidianos. Contado así, y ateniéndonos a las señas identitarias de la Nueva Ola Rumana, no parece un planteamiento novedoso excepto por un dato: Self-Portrait of a Dutiful Daughter está firmada por Ana Lungu (Bucarest, 1978), una mujer en un país del que todos los referentes cinematográficos –con la excepción de Anca Damian, su principal representante en el campo de la animación– son masculinos. Esto no significa que el cine hecho en Rumanía haya permanecido de espaldas a los problemas de la mujer, al menos no en mayor medida que en otros países: a todos nos habrá venido rápidamente a la cabeza la insigne 4 meses, 3 semanas y 2 días (Cristian Mungiu, 2007) para demostrar lo contrario. Pero, en un continente en el que tan sólo el 16,3% de las películas entre 2003 y 2012 fueron realizadas por directoras (fuente: Cineuropa), con Holanda como única nación en la que la cifra alcanzó un cuarto de la producción, la película de Lungu pone sobre la mesa una serie de cuestiones que trascienden estos números.
¿Por qué aún hoy puede llamar la atención este rasgo, ligado a un proyecto de marcadas huellas personales? Lo primero que rechaza Lungu es suponer que cifras como las mencionadas puedan implicar discriminación alguna hacia las directoras de cine: “Hay menos porque somos menos mujeres interesadas en dirigir, es una profesión masculinizada”. De hecho, su película se proyectó por primera vez en una sección exclusivamente femenina del Festival de Rotterdam, “con lo que, bromeando, podría decir que para mí la oportunidad de estar allí llegó gracias a ser mujer”. Cristiana, así se llama la protagonista de su segunda obra –tras el mediometraje The Belly of the Whale, codirigido con Ana Szel en 2010 y presentado en Locarno–, roza la treintena y consigue la anhelada independencia espacial cuando sus padres abandonan el apartamento que compartían mientras ultima su tesis en ingeniería sísmica. Las trabas que encuentra en su camino hacia la emancipación vienen impuestas por un progenitor autoritario sin parecerlo, que cuestiona decisiones tan banales como su deseo por comprar un perro de raza, un tutor que la aconseja sobre sus estudios con el mismo monólogo cargante y un amante casado a la vez que celoso. La autora, en cambio, no cree que el evidente panorama opresivo que refleja haya supuesto una reivindicación por su parte: “La película habla sobre una mujer porque es muy personal, pero nunca la planeé como una declaración de ningún tipo”.
Self-Portrait of a Dutiful Daughter, cuyo título parece introducir un guiño a la rebelde autobiografía de Simone de Beauvoir (Memoirs of a Dutiful Daughter), está teñida por el fuerte carácter de retrato propio al que hace referencia al título, empezando por el hecho de que son los padres reales de la directora quienes interpretan a los del personaje: “Su historia es en muchos aspectos la mía, empecé a escribirla cuando mis padres se mudaron y me quedé sola en ese apartamento de tres habitaciones. No conseguí el perro (bromea), pero hice la película”. Al hablar en primera persona, tiene clara cuál es su posición como creadora: “Mi aproximación al asunto está más cerca del documental que de la ficción. Algunas escenas están improvisadas, y pregunté a amigos y familiares si querían interpretarse a ellos mismos. Me gusta trabajar con actores no profesionales porque no tienen capacidad de controlarse, con lo que se exponen a ellos mismos y las imperfecciones que les hacen más humanos”.
Pese a tratarse de un proyecto tan mínimo en apariencia, la realidad indica que tardó más de tres años en poder finalizarse debido a los problemas económicos que atravesó. En una época de esplendor para el cine rumano en festivales internacionales, Lungu apunta a la financiación como “el principal problema al que nos enfrentamos aquí, sin duda”. Aunque en su película todo el equipo trabajó completamente gratis, “las condiciones del rodaje fueron totalmente profesionales, y sólo la confianza absoluta de la productora Anca Puiu me hizo salir adelante”. En lo referente al aspecto formal, Self-Portrait of a Dutiful Daughter no se desmarca demasiado del estilo de algunos de los reputados cineastas que han aupado al cine rumano a su posición actual, los mismos que han auspiciado sus trabajos. Si en su primer proyecto fue Corneliu Porumboiu quien le prestó “un generoso apoyo”, aquí el principal agradecimiento está dedicado a su amigo Cristi Puiu, esposo además de la productora. “Su influencia ha sido muy importante para mí. Cuando era estudiante, siempre cogía prestadas películas de su colección personal, y así conocí a Cassavetes, Ozu, Eustache o Wiseman. Ya después de graduarme, tuve la oportunidad de trabajar con él en La muerte del Sr. Lazarescu”.
El único respiro a la rigidez de los planos estáticos lo concede un movimiento de cámara mientras Cristiana corre por el parque, que la libera de la opresión del encuadre. Lungu lleva este planteamiento al extremo en un tenso plano fijo de más de diez minutos de diálogo entre amigos, que aparece tras el título de la película en los créditos finales y consigue generar una inquietud inusitada en un trabajo en el que casi toda beligerancia se presenta de forma subterránea. Evocando la distancia con la que la cámara contempla a la protagonista, ésta misma se muestra ausente durante muchas fases del relato, abstraída y callada en una sociedad paternalista que parece haberla preparado para ello mediante la omnipresencia de tabúes morales y estéticos. “Mientras en las sociedades occidentales la separación de los padres tiene lugar a una edad más temprana, cuando se marchan a la universidad y su influencia disminuye, aquí el proceso es más lento y no tan inflexible. En Rumanía predomina aún el modelo autoritario, en el que el niño sólo es reconocido si es bueno y respetuoso. Cristiana se enfrenta a la misma manera de construir las relaciones de la que intenta desprenderse, sin estar preparada para dejar de lado sus ventajas”.
La ciudad que contempla fumando desde su ventana es Bucarest, mencionada como una síntesis entre Este y Oeste en la que la globalización se ha vuelto el estándar, y su padre anticuario conserva obsesivamente objetos del pasado como si tuvieran alguna relevancia en el presente. Como a tantos compañeros de profesión, la herencia del régimen de Ceaucescu preocupa a Lungu: “Es uno de los temas del proyecto que estoy preparando, un retrato íntimo de la vida familiar durante la era comunista. Usando grabaciones de 8mm de un miembro de la familia, quiero seguir a la hija desde los primeros meses de su vida hasta la caída de Ceaucescu. Creo que son imágenes particularmente valiosas, porque enseñan cosas que no están grabadas en los documentos. Solemos conocer muchos hechos históricos de los regímenes totalitarios, pero no que todos ellos han tenido una gran influencia en personas como tú y como yo. Reflexionar sobre eso es muy importante”.
Acogida en España el pasado mes de diciembre gracias a la muestra anual que organiza el Instituto Cultural Rumano en Madrid, Self-Portrait of a Dutiful Daughter únicamente ha logrado asegurar su distribución comercial foránea en Brasil, cuyos cines la estrenarán en primavera. Sus imágenes parecen revelar una suerte de regeneración dentro de las coordenadas en las que se mueve la prolífica cantera de directores rumanos, y que, junto a Radu Jude (1977) o Alexander Nanau (1979), la aún joven generación de los Radu Muntean o Cristi Puiu ya empieza a tener una firme y pujante continuación.
(En el primer número de VOS Revista pueden leerse entrevistas a Corneliu Porumboiu y Anca Damian).
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