Michael Peña y Alexander Skarsgård en War on Everyone (John Michael McDonagh, 2016)

Michael Peña y Alexander Skarsgård en War on Everyone (John Michael McDonagh, 2016)

La nueva película del director de The Guard (2011) y Calvary (2014) era algo sobre lo que generar expectativas y el segundo día en Berlín comenzó con War on Everyone (John Michael McDonagh, 2016). En esta ocasión retomando el tono más cómico y gamberro de su debut, construye una buddy movie policiaca en la que sus dos protagonistas son unos detectives corruptos. De nuevo la maestría de McDonagh para generar empatía por individuos deleznables cobra vital importancia en su interés de hacer que los espectadores se pongan de su lado. Pueden ser corruptos, comportarse inapropiadamente o demostrar una gran falta de ética profesional, pero a su alrededor tienen que vérselas con personajes mucho más podridos, decadentes e hipócritas, que les convierten casi por puro contraste y accidente en antihéroes. Incrustando referencias visuales y temáticas al cine de los setenta (empezando con una muy impactante secuencia inicial) y evocando todos los clichés posibles del género, War on Everyone no consigue crear del todo un universo propio pero sí establecer una gran dinámica entre sus dos actores (Michael Peña y Alexander Skarsgård). Los destellos de brillantez en los diálogos y el timing de comedia muy bien manejado dejan entrever las posibilidades de un cineasta al que se le sabe capaz de mucho más que un divertimento excesivamente genérico.

Otro cineasta al que seguir por su portentosa progresión en su filmografía es Jeff Nichols. Su última producción, Midnight Special (2016), despertaba una gran curiosidad por tratarse de una propuesta abiertamente de ciencia ficción y su primera incursión trabajando para un gran estudio. Un niño es raptado y en su búsqueda empiezan a surgir conexiones con el líder de una secta y ciertos sucesos extraños que serán el motor de una trama que juega con el misterio y la intriga como principales pilares de la narración. Algo que ya pudimos ver en Take Shelter (2011) es la gran habilidad de Nichols para usar el punto de vista como aliado para generar interés y llevar al espectador hacia los mismos temas recurrentes: crisis social, drama familiar y la importancia de los niños como espectadores o protagonistas. Aquí la excusa para unirlo todo es en realidad el miedo y las consecuencias de la omnipresencia de la tecnología y la vigilancia masiva a nivel global. El film es una gran persecución y los elementos sobrenaturales son administrados con cautela, dejando para los personajes el verdadero núcleo de una aventura que recuerda en muchos aspectos al Spielberg de, por ejemplo, Artificial Intelligence: AI (2001) y a esa icónica cosecha de cintas del género alrededor de los años ochenta como Scanners (David Cronenberg, 1981) o Firestarter (Mark L. Lester, 1984). El único lamento es que para realizar ese homenaje se haya tenido que traicionar un poco a si mismo, dejando una resolución excesivamente obvia y convencional que en su epílogo parece querer enmendar.

Michael Shannon y Joel Edgerton en Midnight Special (Jeff Nichols, 2016)

Michael Shannon y Joel Edgerton en Midnight Special (Jeff Nichols, 2016)

¿En qué se convierte un hombre que aparentemente lo tiene todo y siempre quiere más? ¿Cómo afecta a su relación con los demás el hecho de que se crea mejor que el resto y con derecho a demostrarlo? En Boris Without Béatrice (Denis Côté,, 2016) el marido de una ministra del gobierno canadiense es aparentemente la definición de éxito. La enfermedad de su esposa, recluida en casa, sirve para explorar un personaje que en realidad es infeliz, miserable e incapaz de aceptar lo que tiene, de abandonar la ambición que le mueve en todos los aspectos de su vida, que lo aisla y distancia del resto de la humanidad. Con humor negro y gran carga sarcástica Côté establece una dura mirada hacia su centro, Boris, pero también sobre qué define la sociedad cómo éxito y si esas aspiraciones tienen que ver con la satisfacción personal, el cumplir ciertos hitos para alcanzarlo a cualquier precio o quizá por complacer los requisitos de un discurso político específico presente en todos los ámbitos.

James Hyndman y Dounia Sichov en Boris Wihout Béatrice (Denis Côté, 2016)

James Hyndman y Dounia Sichov en Boris Wihout Béatrice (Denis Côté, 2016)

Con una coherencia puramente incidental con la anterior y como otro ejemplo dentro del cine moral nos encontramos con Le fils de Joseph (Eugène Green, 2016). Un adolescente obsesionado con la identidad y las motivaciones de un padre ausente sirve de base para examinar las consecuencias de la falta de referentes (reales o inventados) en la formación y el proceso de maduración. Para ello despliega un sentido del humor peculiar, imaginativo y travieso abordado desde lo visual y los diálogos, que hace destacar más todavía el juicio ético al que somete a todos los implicados dentro del relato. La mentira, la hipocresía, el robo, … cualquier comportamiento humano puede encontrar justificación en las necesidades y las motivaciones de cada uno, pero no todas las situaciones ni necesidades son las mismas ni mucho menos la intención con que se realizan ciertos actos. Con el uso sistemático en las conversaciones de primeros planos sostenidos que desafían la cuarta pared, Green fuerza la comprensión o el desprecio, la complicidad o la pena hacia cada uno de ellos, con una cámara que busca la implicación fuera de su obra para la deliberación final del discurso que desarrolla en su metraje.

Natacha Régnier, Victor Ezenfis y Fabrizio Rongione en Le fils de Joseph (Eugène Green, 2016)

Natacha Régnier, Victor Ezenfis y Fabrizio Rongione en Le fils de Joseph (Eugène Green, 2016)

Para acabar este segundo día en la Berlinale, cine alemán actual del que da buena cuenta en casi todas las secciones. Jonathan (Piotr J. Lewandowski, 2016) comienza como el drama de un joven granjero que ayuda a su padre durante la etapa final de una enfermedad terminal que lo consume, mientras problemas y conflictos familiares enquistados que afectan a la verdadera naturaleza de ellos mismos resurgen del pasado. Repleto de clichés y planteamientos por desarrollar, Jonathan nunca consigue elevarse sobre esos lastres y acaba por transformarse en un melodrama simplón en el que ni la ambientación ni la dinámica entre los personajes está lo suficientemente bien trabajada para que no resulte artificioso y previsible en todo lo que ocurre. Una fotografía con imágenes estimulantes por momentos, más por la belleza del entorno que por la propia mirada del director, no puede compensar nunca su dispersión de ideas ni la torpeza con la que incluye una trama romántica que parece existir únicamente para justificar una cierta cuota de escenas de sexo y desnudos de jóvenes atractivos.

 André Hennicke y Jannis Niewöhner en Jonathan (Piotr J. Lewandowski, 2016)

André Hennicke y Jannis Niewöhner en Jonathan (Piotr J. Lewandowski, 2016)